Por Alfredo Vargas Ortiz
Orgullosamente Abogado y Docente de la Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho, Universidad Nacional de Colombia
La Navidad es un tiempo propicio para el recogimiento, para orar con fervor en nuestra tradicional novena de aguinaldos, para compartir en familia, para expresar gratitud y, por supuesto, para celebrar la vida. Es una época que nos invita a reflexionar sobre los privilegios que disfrutamos, como la familia, la salud y el trabajo, elementos que, en un país marcado por la desigualdad y la injusticia, no todos pueden dar por sentados.
En esta temporada, mientras algunos lo tienen todo, otros carecen incluso de lo más esencial. Este contraste debería despertar en nosotros sentimientos y valores que nos lleven a regocijar al prójimo, a practicar la solidaridad y a tener gestos de generosidad con los más necesitados. Son ellos quienes, atrapados en un círculo de pobreza y falta de oportunidades, enfrentan las circunstancias más adversas.
Es por ello que tenemos un deber moral y ético de trabajar incansablemente por un país más justo, donde la educación, la salud, el trabajo y la vivienda no sean privilegios exclusivos, sino derechos garantizados para todos los colombianos. En contraste, observamos órganos de poder que, amparados en el erario, ostentan vidas suntuosas, salarios exorbitantes, escoltas, asesores y demás beneficios decretados, mientras miles de niños sufren desnutrición, abandono y explotación. Mujeres valientes asumen, en solitario, la carga del cuidado de los hijos y el sostenimiento del hogar, muchas veces como resultado de la irresponsabilidad paterna o de una guerra fratricida que les arrebató a sus seres queridos. Ancianos abandonados sobreviven en las calles entre hambre y frío, enfermos esperan atención médica digna y oportuna, y jóvenes son reclutados por grupos al margen de la ley.
Esta realidad contrasta con las inmensas riquezas de nuestro país: ríos, oro, carbón, petróleo, agua abundante, tierras fértiles y paisajes exuberantes, recursos que tienen el potencial de generar empleo y bienestar. A ello se suma el talento excepcional de nuestra gente, que a menudo solo necesita una pequeña oportunidad para alcanzar grandes metas. Somos la tierra del Premio Nobel Gabriel García Márquez, de escritores como José Eustasio Rivera, Rafael Pombo, Álvaro Mutis y Piedad Bonnett; y de ejemplos de perseverancia y fortaleza como Caterine Ibargüen, Egan Bernal, Radamel Falcao, Mariana Pajón, Óscar Figueroa, Antonio Cervantes, Lucho Herrera y muchos más.
Nuestra riqueza cultural quedó nuevamente en evidencia con la exitosa adaptación de Cien años de soledad en Netflix, cuya producción generó más de 250 mil millones de pesos, destacando, una vez más, el talento de nuestra gente y la grandeza de nuestra tierra.
En Colombia lo tenemos todo. La tarea ahora es remar juntos hacia un mismo objetivo: que el presupuesto público se invierta con transparencia, que se construyan las obras necesarias para dinamizar la economía, y que los corruptos enfrenten la justicia. Solo un pueblo despierto, consciente y comprometido podrá ejercer su poder soberano para elegir líderes que estén a la altura de los desafíos.
Ese es mi mayor deseo en esta Navidad: un país más justo, solidario y unido.








