Por: Felipe Rodríguez Espinel
La Navidad tiene ese poder mágico de transformarnos. De repente, las calles se llenan de sonrisas más amplias, los abrazos se vuelven más largos y las palabras te quiero fluyen con mayor naturalidad. Es como si durante estas semanas el mundo entero decidiera ponerse de acuerdo para ser mejor.
Pero seamos honestos, la Navidad también puede ser complicada. Hay quienes enfrentarán estas fechas con sillas vacías en la mesa, otros lucharán con la soledad en medio de la alegría colectiva, y muchos harán malabares con presupuestos ajustados para mantener viva la ilusión en los ojos de sus hijos.
Y es precisamente ahí donde reside la verdadera magia navideña, en nuestra capacidad de crear luz en medio de la oscuridad. En ese vecino que invita a cenar al anciano solitario del edificio, en el grupo de jóvenes que organiza una colecta para familias necesitadas, en el mensaje reconciliador enviado después de años de silencio.
Dejemos de lado la presión por los regalos perfectos y las decoraciones deslumbrantes. Concentrémonos en lo que verdaderamente importa, reconectar con nuestra humanidad compartida. ¿Qué tal si dedicamos tiempo a escuchar las historias de nuestros abuelos? ¿O si organizamos una cena donde cada invitado traiga no solo un plato, sino también una memoria especial para compartir? ¿Y si convertimos el tradicional intercambio de regalos en un intercambio de promesas de tiempo compartido?
Este día no es solo una fecha en el calendario; es un recordatorio de que, en medio de nuestras diferencias y conflictos, seguimos siendo capaces de crear momentos de genuina conexión humana. Es una pausa en el frenesí diario para recordarnos que la magia más poderosa reside en los gestos más simples; una sonrisa sincera, un abrazo reconfortante, una palabra de aliento.
Esta Navidad, mi mensaje para ustedes no es el típico protocolo de felices fiestas. Mejor aún, es que se den eventos valiosos, momentos de conexión genuina, conversaciones que vayan más allá de lo superficial, risas que nazcan del alma y no de la cortesía. La valentía para ser vulnerables con sus seres queridos, para decir te quiero sin miedo al ridículo, para pedir perdón si es necesario y para tender puentes donde antes había muros.
Así que, queridos lectores, les deseo una Navidad que trascienda lo material. Una celebración que nos permita redescubrir nuestra capacidad de asombro, de perdón y de amor. Porque al final, no recordaremos los regalos que recibimos, sino los momentos que compartimos y las vidas que tocamos.
¡Feliz Navidad para todos! Que estas fiestas nos encuentren más humanos, más unidos y más dispuestos a ser luz en la vida de otros.








