Diario del Huila

Regálame un libro

Dic 21, 2024

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Por: Amadeo González Triviño

Dentro de las temáticas que quisiéramos abordar, siguiendo los aspectos sustanciales que nos convocan con los estudios jurídicos que hemos esbozado en los últimos comentarios y cuando las instituciones jurisdiccionales han entrado en receso en todos los despachos judiciales, nos hemos encontrado con las festividades decembrinas que llaman ahora nuestra atención.

Algunos amigos periodistas e investigadores se han dedicado a desentrañar los aspectos que tienen que ver con las tradiciones culinarias de nuestros abuelos y la forma como se proyectan en el tiempo esos manjares que otrora pudimos deleitar en nuestras casas, y que en forma precaria, servía de círculo de confraternidad en su momento y era el aspecto esencial de la familia, hoy simplificado por lo que se denomina la comida chatarra, emparedados, rollos industriales y pavos que se patrocinan como comida preparada para evitar la cocina casera. Hasta el dulce de nochebuena, viene actualmente en empaques especiales, con fecha de vencimiento y sin la magia de las manos de nuestras abuelas.

A su vez, me ha llamado la atención como algunos medios de comunicación buscan evocar los bailes y los sitios frecuentados en estas temporadas de navidad y de fin de año, para reunirse y departir en forma desenfrenada el espacio de las vacaciones forzadas, que surgen con ocasión de estas festividades, y es cuando nuestra memoria y nuestros recuerdos se cruzan de tantas maneras que nos hacen añorar las parrandas en ciertos sitios al igual que la familiaridad entre los vecinos que se daban con sus equipos de sonido para ambientar y pasar las noches enteras de un año que se va y de otro que ha de llegar, saboreando las bebidas típicas y abusando de los buenos años mozos, todo reemplazado hoy por los programas en vivo de emisoras y hace algunos años por especiales de televisión que a todo volumen, nos contagian de la magia de la navidad y del fin de año.

Pero viene el otro tema, el de los aguinaldos, la forma como desde los primeros días de la novena se pactaban entre amigos, vecinos y conocidos, los famosos aguinaldos como pajita en boca, hablar y no contestar, el sí o el no, tres pies, y demás juegos que se proyectaban hasta el día de la navidad, cuando se recibían los regalos, en práctica que hoy en día se repite en la mayoría de los hogares, por muy humildes que sean, y se aprende a vivir una solidaridad o una forma de congraciarse los unos a los otros, repartiendo o entregando desde una chocolatina, un perfume, una loción, una flor o una prenda de vestir, y muchos un mensaje que lleva implícito sueños y esperanzas de un pronto compartir.

En medio de todo esto, me sorprendió el comentario que me hiciera una persona de mi afecto, cuando le preguntó al sobrino, un joven que aborda los quince abriles, sobre cuáles eran sus deseos o sus aspiraciones para recibir en el día de navidad, y cuál no sería su alegría, al igual que la mía, el escuchar de ese joven: “si realmente me quieres dar algo en esta navidad: por favor, regálame un libro, regálame un libro.”

Un libro es en esencia el mejor regalo en esta temporada, y si logramos despertar en la juventud o crear lectores, tenemos la seguridad y la certeza de que nuestra sociedad podrá abrigar un futuro mejor, ya que ese mundo que se esconde en los argumentos de una novela, de un texto de crónicas, de un ensayo o de un poemario, nos permiten entender y comprender, que la magia de la espiritualidad cobra presencia y se torna en un lenitivo que nos rescate de la modorra y de la banalidad de las cosas repetitivas de la violencia que nos han hecho perder la noción de vida, el sentido humano de la existencia y sobre todo de reconocer en la naturaleza la belleza de lo inimaginable.

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