ERNESTO CARDOSO CAMACHO
Cada día es más claro que en Colombia la actividad política del año próximo se tornará en una verdadera batalla democrática, o es lo que se espera, siempre y cuando los grupos armados ilegales puedan ser controlados por la firme decisión del gobierno nacional.
Las fuerzas militares y de policía tendrán que ejercer el control territorial indispensable para garantizar el libre ejercicio democrático y la seguridad de candidatos que aspirarán a continuar o renovar el Congreso, altamente desprestigiado como institución vital en la vida nacional, luego de estos últimos tres años en los cuales se ha observado un nuevo modelo de relación, frente a un ejecutivo confrontacional y pendenciero, improvisador y altamente caracterizado por el derroche de los cada vez más escasos recursos fiscales del Estado.
La polarización ideológica estimulada por el presidente Petro, donde su recurrente mención al poder soberano del pueblo ha sido utilizado como soporte de su mesianismo populista y demagógico, ha venido sufriendo un evidente desgaste a pesar de la ausencia notable de liderazgo en quienes son sus contradictores, hecho notorio que en buena parte explica lo ocurrido en el congreso en el cual los partidos han perdido protagonismo, pues la indisciplina y el juego de intereses personales de los congresistas han sido prevalentes.
Las realidades que hoy son evidentes claramente indican que el noble ejercicio de la actividad política ha sido plenamente desbordado por la codicia y el deseo de poder de sus protagonistas, con muy contadas excepciones.
En éste escenario que tiende a generar el incremento en el rechazo ciudadano a los actores políticos, se vislumbra la oportunidad de que el próximo año electoral, este dominado por una confrontación entre los personeros del pasado y quienes buscarán renovar las costumbres políticas, especialmente en las elecciones de congreso. La decisión estará una vez más en la sensatez y responsabilidad de los millones de electores que no participan en estos eventos democráticos, aunque también es muy posible que quienes han sido electores sistemáticos y adeptos de los políticos tradicionales, cansados de tantos engaños y de la aberrante corrupción, opten esta vez en apoyar nuevos liderazgos que logren credibilidad y confianza en su tarea de aglutinar voluntades en torno a propuestas serias que trasciendan los espacios partidistas.
De igual manera se percibe también en el escenario presidencial el cansancio y la fatiga de la ciudadanía con quienes hasta ahora han decidido anunciar sus aspiraciones. Por ello, no debe sorprender que no obstante faltar más de un año para las dos vueltas presidenciales, los primeros sondeos de opinión estén mostrando a Viky Dávila como la outsider que recoge las mayores simpatías. Al respecto conviene reconocer que estas figuras vienen dominando el escenario político y electoral no solo en América si no también en otras latitudes. La explicación a éste fenómeno tiene diversas y particulares características aunque si presentan un denominador común, el cual consiste en la fatiga del sistema democrático; la inversión de valores culturales y sociales que han impuesto los llamados progresismos ideológicos; la polarización de los extremos; la preocupante situación global de la economía; la migración desbordada; así como la corrupción política que alcanza niveles insostenibles en la dinámica social.
Dadas todas estas circunstancias que, entre otras, han permeado los sentimientos y necesidades colectivas, la batalla democrática del 2026 se insinúa tan intensa como preocupante, escenario en el cual nadie tiene nada asegurado debido a la volatilidad de los fenómenos sociales que hoy se observan impredecibles.
Enorme responsabilidad tienen hoy los actores políticos. Con sus acciones y decisiones podrán revitalizar el sistema democrático o en su defecto, abrirle la puerta a aventuras dictatoriales que ya sean de uno u otro espectro ideológico, no serán nunca la solución a las necesidades colectivas.
