Septiembre de 2024 quedará grabado en la memoria de los huilenses como un mes de tragedia ambiental. Más de 25.473 hectáreas fueron arrasadas por incendios forestales que afectaron 31 de los 37 municipios del departamento. Ecosistemas vitales, reservas naturales y fuentes hídricas fueron severamente dañados, dejando un panorama desolador.
POR: ALEJANDRO POLANCO
Aipe y Palermo figuran entre las zonas más afectadas. Aipe perdió más de 3.595 hectáreas, incluyendo rastrojos, biopaisajes y reservas naturales emblemáticas como San Rafael y Los Claveles, que quedaron reducidas a cenizas. En Palermo, las llamas arrasaron más de 14.775 hectáreas en veredas como Bomboná y Nazaret, convirtiéndolo en el municipio más impactado del departamento. Ante la magnitud de la crisis, medios como el Diario del Huila decidieron documentar la tragedia y acompañar a las comunidades afectadas.
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En tierra y aire: una cobertura cercana al desastre
Con el compromiso de documentar no solo los hechos, sino también de llevarlos al mundo, se realizaron varias transmisiones en vivo desde las zonas más afectadas. A través de estas transmisiones, se pudo compartir en tiempo real lo que ocurría en la región. Durante esos días de lucha contra las llamas, las transmisiones superaron los 2 millones y medio de reproducciones. La gente en todo el país podía ver, escuchar y sentir la angustia de quienes estaban en el corazón del desastre. Pero también pudieron ver la resiliencia de la comunidad, que no se rendía ante la adversidad.





Desde el 12 hasta el 17 de septiembre, un equipo del Diario del Huila, compuesto por el periodista multimedia Alejandro Polanco y el reportero gráfico Sergio Pacheco, recorrió las zonas afectadas. A pesar de los esfuerzos de más de 2.000 personas, entre socorristas, campesinos y habitantes locales, los incendios se reavivaban constantemente debido a los vientos y la sequía extrema. En un momento, incluso el equipo periodístico tuvo que refugiarse en una casa para evitar quedar atrapado por las llamas.
Palermo, 12 de septiembre
A las 7:00 de la mañana, junto con el reportero gráfico Sergio Pacheco, nos embarcamos en un recorrido que nos llevaría a conocer una de las tragedias más devastadoras que ha vivido el departamento del Huila en los últimos años: los incendios forestales en el municipio de Palermo.
Nuestro propósito era claro: más allá de la noticia sensacionalista, queríamos mostrar la realidad humana de este desastre natural. La verdadera historia no solo estaba en las llamas, sino en la respuesta solidaria de miles de personas que trabajaban unidas para apagar un fuego que amenazaba con consumirlo todo.
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Desde que tomamos la vía hacia Palermo, el panorama fue aterrador. Al llegar a la vereda Juncal, nos encontramos con una imagen de colaboración sin precedentes: bomberos, voluntarios y organismos de socorro de diferentes municipios y departamentos, unidos en la lucha contra la devastación. En los alrededores, miles de hectáreas de tierra consumidas por el fuego se extendían ante nuestros ojos, una visión difícil de asimilar. Pero, en medio de la catástrofe, la esperanza se mantenía viva en cada mano extendida, en cada gesto de apoyo.







Mientras recorríamos el camino en motocicleta, el humo de los focos de incendio a lo lejos era una constante presencia. A medida que nos acercábamos, la magnitud de la tragedia se hacía más evidente, como una advertencia de lo que la CAM (Corporacion del Alto Magdalena) había anunciado: una catástrofe difícil de reparar en los próximos años.
En la vereda Villa Juncal, la solidaridad se palpaba en el aire. Los organismos de socorro habían logrado reducir los focos activos en la madrugada, pero la calma fue breve. A medida que el sol se alzaba, los vientos avivaron nuevamente las llamas, creando un escenario aún más crítico. Era un juego de supervivencia. La tarde del jueves, alrededor de las 2:00 p.m., la situación se volvió insostenible.
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Las personas corrían de un lado a otro, intentando frenar el avance del fuego, pero las llamas parecían crecer con una fuerza arrolladora. Fue entonces cuando la desesperación invadió el ambiente, y el fuego, como una serpiente que se enrolla, nos rodeaba sin darnos tregua.
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La Fuerza Aérea Colombiana, con helicópteros bajo la modalidad de Bambi Bucket , intentaba mitigar la magnitud de la tragedia arrojando toneladas de agua sobre los focos de incendio, pero cada descarga parecía mínima frente al tamaño de la amenaza. Mientras transmitíamos en vivo a través de nuestras redes sociales, más de dos mil personas nos seguían, viendo con angustia y curiosidad cómo la situación se tornaba cada vez más incierta.
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La tensión aumentaba. Sin embargo, entre el caos, se destacó la valentía de los bomberos, quienes, con determinación y coraje, nos demostraron que aún en las circunstancias más extremas, la voluntad de salvar vidas y proteger lo que aún quedaba podía hacer la diferencia. Aunque las horas parecían interminables, los esfuerzos de todos lograron que la situación comenzara a calmarse hacia las 5:00 p.m.
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Cuando regresamos a la ciudad de Neiva, la sensación de alivio fue palpable, pero el recuerdo de lo vivido permaneció en nuestras mentes. Nos encontramos con historias conmovedoras de personas que llegaron desde otros municipios, e incluso desde Bogotá, dispuestas a arriesgar sus vidas por salvar a quienes estaban atrapados en las llamas. Nos hicieron reflexionar sobre la soledad de aquellos que, sin importar su origen, se unieron por un bien común: proteger la tierra, el hogar, y la vida.
Lo vivido aquel día nos dejó una enseñanza profunda: en medio de la destrucción, siempre hay espacio para la esperanza, la solidaridad y el coraje. Y aunque los incendios consumen bosques y tierras, lo que realmente perdura es el espíritu humano.
Sábado 14 de septiembre a bordo de Libertad I
Eran las 7:30 de la mañana cuando, con el equipo listo, nos dirigimos al batallón de la novena brigada en Neiva, un paso previo que nos llevaría a una de las experiencias más impactantes de nuestra cobertura sobre los incendios que azotaban el departamento. A esa hora, la preocupación por los incendios era palpable, y la fuerza militar, siempre presente en las emergencias más complejas, había ofrecido una oportunidad única: acompañar a las autoridades desde las alturas. El helicóptero LIBERTAD I, ese mismo que había sido crucial en la Operación Jaque contra la guerrilla de las FARC, se convertiría esta vez en el aliado más preciado para enfrentar el desastre natural.

El vuelo comenzó poco después del amanecer. A bordo de esa aeronave, con la misma estructura que había sido testigo de algunos de los momentos más difíciles del conflicto colombiano, la sensación de historia se mezclaba con el presente. A medida que nos elevábamos, el panorama se desplegaba ante nuestros ojos: la extensión del fuego en Palermo era evidente, con las llamas devorando grandes áreas. Desde el helicóptero, veíamos las maniobras de los pilotos, quienes, con precisión, vertían grandes cantidades de agua sobre los puntos críticos de los incendios. Las descargas, que inicialmente parecían una constante lluvia, se convertían en símbolos de esperanza para quienes, desde abajo, miraban al cielo pidiendo ayuda.
Con cada descarga del helicóptero, los gestos de los habitantes de la zona se tornaban cada vez más claros: brazos levantados, manos agitadas, indicaciones de dónde concentrar el esfuerzo. Los que se encontraban abajo, incluyendo bomberos, soldados y campesinos, aguardaban con ansias el impacto de cada descarga, mientras el helicóptero surcaba el aire con su misión de mitigar lo que parecía un desastre incontrolable. Desde nuestra posición, el estómago se apretaba al ver la magnitud de la tragedia, pero al mismo tiempo, había un sentimiento de alivio, pues sabíamos que, a pesar de la magnitud de los incendios, existía un esfuerzo coordinado para enfrentarlos.
Después de varias descargar con miles de litros de agua y horas sobrevolando la zona, el mediodía nos llevó de regreso a Neiva. El sol ya comenzaba a calentar la tierra, y con ello la sensación de que el día traía consigo nuevos desafíos. El helicóptero aterrizó en el mismo punto donde comenzamos, y aunque la sensación de haber sido testigos de algo trascendental nos embargaba, sabíamos que la jornada aún no terminaba. Al descender, la noticia de los incendios que se mantenían en otros puntos del departamento llegó a nuestras manos. El día aún tenía mucho por contar.
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Así concluyó nuestra jornada en las alturas, pero la batalla en el suelo continuaba. Aquella experiencia, en la que el helicóptero LIBERTAD I fue un símbolo de unión entre la historia de Colombia y la lucha contra la naturaleza, nos dejó una lección más profunda: cuando la tragedia golpea, los esfuerzos conjuntos, la solidaridad y el coraje de la gente hacen la diferencia. Desde el aire, nos dimos cuenta de que, por más grandes que sean las llamas, siempre hay un rayo de esperanza que se cruza en el camino para sofocarlas.
Aipe, un martes de angustia y valentía
El 17 de septiembre de 2024, a las 9:40 de la mañana, mi equipo y yo partimos hacia Aipe, Huila, con la misión de acompañar a las comunidades afectadas por los incendios forestales que, desde días anteriores, amenazaban con arrasar la región. En el camino, nos perdimos varias veces, buscando la estación de Bomberos, que irónicamente parecía más una estación abandonada que un lugar de respuesta ante la emergencia. Finalmente, logramos ubicar el centro de operaciones, donde nos indicaron que el punto crítico estaba en la vereda El Callejón, un lugar de difícil acceso, especialmente por la presencia de grupos armados en la zona.
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Con la ayuda de Ejército, Policía y Bomberos, nos dirigimos hacia El Callejón. A pesar de los esfuerzos por llegar rápido, la ruta era incierta y, después de perdernos nuevamente, decidimos regresar a la estación para reagruparnos. Allí, a la hora del almuerzo, observamos a los soldados, bomberos y policías tomar fuerzas, mientras un capitán del Ejército, tras una breve conversación, aceptó llevarnos al punto caliente. A las 1:00 de la tarde, llegamos al lugar, que en apariencia parecía tranquilo, pero la situación en las horas previas había sido bastante grave. Vimos a decenas de bomberos y al ejército trabajando sin descanso.





Con el paso de las horas, las tensiones aumentaban. La tarde fue un vaivén entre calma aparente y focos de incendios que surgían inesperadamente. A las 4:30 de la tarde, lo que parecía ser una tregua se desmoronó, pues un nuevo foco se encendió cerca de nuestro punto de observación. Las llamas comenzaron a extenderse rápidamente y el pánico se apoderó de todos, incluyendo a los voluntarios y soldados que intentaban controlar el desastre. En medio de la confusión, algunos de los bomberos y campesinos improvisaron con lo que tenían a la mano, formando una cadena humana con correas de pantalón para pasar agua y tratar de mitigar el avance del fuego.
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La situación se volvió insostenible. A las 5:30 de la tarde, el fuego había tomado una fuerza descomunal y los habitantes, voluntarios y miembros de los cuerpos de socorro se vieron atrapados entre las llamas. Los gritos de angustia fueron incontrolables cuando una mujer, que previamente habíamos entrevistado, comenzó a llorar al ver a su hijo, que había bajado al fuego con otros voluntarios, en grave riesgo. La angustia y el desespero fueron palpables, y la prioridad pasó a ser evacuar a las personas lo más rápido posible.





A las 6 de la tarde, abandonamos la vereda en medio del caos, con la promesa de seguir documentando lo que ocurría. El fuego había arrasado todo lo que había encontrado a su paso y dejó un rastro de desesperación. De regreso a la estación de Bomberos, observamos cómo algunos de los voluntarios, exhaustos, caían desvanecidos por la falta de hidratación y la intensidad del trabajo. La humanidad se dejó ver en cada gesto de solidaridad, en cada mano extendida, y en la capacidad de los voluntarios para poner la vida en riesgo por salvar la de otros.
La jornada en Aipe terminó en la oscuridad, con el Ejército brindándonos seguridad en un territorio de alto riesgo. A esa hora, el miedo aún se sentía en el aire. A pesar de la tragedia, nuestra misión no fue solo mostrar el desastre, sino también destacar la valentía y el esfuerzo humano que se da en medio de las peores calamidades. Así, a las 9 de la noche, cerramos el ciclo de un día que quedará marcado por la tragedia y, sobre todo, por la fuerza de quienes, sin pensarlo dos veces, se entregan al voluntariado, buscando la vida por encima de todo.
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El fuego nos unió
Los incendios en el Huila durante septiembre de 2024 no solo pusieron a prueba la capacidad de respuesta de las autoridades y los organismos de socorro, sino también la resistencia y la solidaridad de las comunidades afectadas. A lo largo de los días, la colaboración entre bomberos, campesinos, voluntarios, y organismos nacionales como la Fuerza Aérea Colombiana evidenció una cadena humana que se unió para mitigar lo que parecía una catástrofe sin control.
Sin embargo, más allá de la tragedia, las historias nos dejaron una lección de esperanza y resiliencia. Las personas, a pesar del miedo y la desesperación, no dudaron en luchar por sus hogares, por la tierra que los acoge y por su comunidad. La experiencia vivida en el terreno dejó claro que, si bien las respuestas inmediatas pueden ser eficaces, el verdadero desafío reside en prevenir y mitigar los efectos de estos fenómenos a largo plazo.
La memoria de este evento nos recuerda la importancia de estar unidos en momentos de crisis, y de seguir trabajando, no solo por la recuperación de los espacios afectados, sino también por la construcción de un futuro más consciente con el medio ambiente. Este fue un relato que no solo captura el horror de los incendios, sino también el alma de la comunidad huilense. La tragedia fue grande, pero la lucha, la solidaridad y la esperanza de las personas que se unieron para enfrentar el desastre fueron aún mayores.
Cronica completa: https://www.facebook.com/share/r/18ZuPJC1UF/
Como medio de comunicacion, nuestro deber era dejar constancia de esa lucha, de esa resistencia incansable. Y aunque el fuego se haya apagado por completo, la luz que dejó esta historia es lo que verdaderamente importa.








