Hoy se cumplen 40 años de la tragedia de Armero, el desastre natural más devastador en la historia reciente de Colombia, que transformó para siempre el destino del Tolima y dejó una huella imborrable en la memoria nacional.
La noche del 13 de noviembre de 1985, la combinación de intensas lluvias y la erupción del volcán Nevado del Ruiz provocó una gigantesca avalancha que descendió con fuerza por los ríos Lagunilla, Chinchiná, Gualí y Azufrado, sepultando en pocos minutos a la ciudad de Armero bajo toneladas de lodo y escombros. Más de 25.000 personas murieron, y el país entero quedó sumido en el luto.
Cuatro décadas después, sobrevivientes, familiares de las víctimas y autoridades locales se congregan nuevamente en el Campo Santo de Armero, donde reposan miles de cuerpos, para rendir homenaje a quienes perdieron la vida aquella noche. La conmemoración incluye eucaristías, actos simbólicos, caminatas y encuentros comunitarios que buscan mantener viva la memoria y recordar las lecciones que dejó la tragedia.
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Entre las historias que siguen conmoviendo al país está la de Omaira Sánchez, la niña que resistió tres días atrapada entre el lodo y los escombros, convirtiéndose en símbolo mundial de valentía, dignidad y esperanza en medio del dolor. Su imagen, transmitida al mundo entero, se transformó en un llamado eterno sobre la vulnerabilidad humana y la urgencia de atender las alertas naturales.
Hoy, cuarenta años después, el territorio de Armero es un lugar de silencio y reflexión. Donde antes hubo calles y casas, hoy crece la vegetación y se levantan cruces y monumentos en memoria de las víctimas. Los visitantes dejan flores, cartas y oraciones, reafirmando que el olvido no tiene cabida en un lugar donde el dolor se convirtió en símbolo de resistencia.
La tragedia de Armero sigue siendo, cuarenta años después, una herida abierta y una lección para el país: la memoria y la prevención son las únicas formas de honrar a quienes perdieron la vida aquella noche del 13 de noviembre de 1985.
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